Chela Palacios
“Tu bebedor
nocturno, ¿Por qué te haces de rogar?
Ponte tu
disfraz, ponte tu ropaje de oro.
Samael Aun weor
A eso de la cinco de
la tarde, solíamos sentarnos mis hermanos y yo alrededor de unos viejecitos contadores
de cuentos. Oíamos por boca de
ellos las historias más fabulosas: Alí Baba y los cuarenta ladrones, Aladino y la lámpara maravillosa, la Onza el
Tigre y la Leona, Pedro Rímales y Juan Bobo, tampoco faltó Tío Tigre y Tío
Conejo entre otros.
Estos cuenta cuentos
de mi pueblo tejían y destejían cada historia con suma picardía, tan natural en
ellos. El mastro Narcizo y el mastro Silverio o los Gómez como los nombraban
algunos, sabían fundir el sueño y la
realidad. Cual magos movían el péndulo
del tiempo a su antojo. En nosotros se
operaba una transformación capaz de
hacernos pasar horas y horas frente a estos humildes hombres, convertidos de
pronto en duendecilos. Pegados al taburete, hechizándonos con el cristalino
poder de la palabra.
Lo que más nos gustaba era la leyenda referida al río,
hoy llamado caramacate, donde pasábamos buena parte de nuestro tiempo, a pesar de que papá nos
prohibía bañarnos en sus aguas después de las cuatro de la tarde. El pozo del encanto ejercía sobre nosotros una
fuerte atracción.
Había en él gran
variedad de peces: guabinas, bagres,
corronchos, lambe piedras, llamados también burritos, la cabra, el tocuyano, por
las tardes salía el pero de agua.
Desde la enorme piedra
del pozo, con su abertura semejante a una serpiente y por donde cabía
perfectamente un niño, jugábamos al escondido
después de utilizarla como
trampolín para lanzarnos a la
transparencia del agua. Pegado a la
piedra había un grandísimo remolino que halaba
con la fuerza de un imán. Mucha
gente desapareció allí sin dejar rastro
alguno. Siempre sentimos mucha curiosidad de saber por qué el
nombre del pozo del encanto.
El mastro Narcizo y el
mastro Silverio comenzaban narrando la historia de la manera siguiente. Hace muchísimo tiempo, por estas tierras
vivió una princesa india llamada
Yaguaré hija del Casique Yaguare. La hermosa mujer se enamoró de un oficial español, quien
por pertenecer a la casta de los conquistadores
era mal visto por los
miembros de la tribu oprimida.
Estaba en juego todo un conjunto de
relaciones, costumbre y relaciones
ancestrales.
Pasó el tiempo y el
oficial y la princesa, sin prestar oídos
a rumores, amenazas y comentarios se unieron más aun en sus amoríos. La piedra
del encanto fue el lugar escogido por
ambos para sus citas. No se habían percatado ellos que eran vigilados, el
follaje, el árbol, la ribera del río
tenían ojos. El día que fueron descubiertos, desesperados trataron de huir, en
la frustrada carrera, resbalaron cayendo al pozo para luego ser arrastrados por
el aterrador remolino. Los espías, asustados y acezantes regresaron al cuartel.
Dieron el parte de inmediato. El oficial Sebastián de los ríos ha desaparecido en las aguas del pozo y con él ha sido arrastrada también
la princesa Yaguaré.
Así comenzó la leyenda
del pozo del encanto, la encantada o el fantasma del río. Solo la gente de buen
corazón podía oír el llamado. Los pescadores que solían realizar sus faenas cerca del lugar, solían oír por las noches, un ruido en el agua parecido a un cuerpo desprendido desde lo
alto de la piedra; encendían linternas, caminaban hacia el pozo y dábanse cuenta, ésta no estaba
mojada, además en su cima y sus alrededores no había nadie. Esto ocurría en los
meses de Enero y Febrero. Otras veces
oían gritos desesperados pidiendo
auxilio. Los pescadores no tuvieron el suficiente valor y dejaron de pescar
en ese lugar.
En época de luna llena a eso de las doce de la noche continuaban los cuenta
cuentos, aparece sentada en la piedra una mujer semidesnuda. Peina su larga
cabellera con una peineta de oro
mientras canta. Hombre, mujer o niño que
la oiga es encantado y sin dejar rastro
alguno desaparece. De esta forma nadie puede
escapar del hechizo de Yaguaré.
Un día un grupo de
vecinos, preocupados por las constantes desapariciones de sus paisanos,
decidieron seguir a un joven, quien vislumbrado por el encanto llegó al río.
Vieron con asombro como el joven fue metiéndose lenta y tranquilamente al pozo.
Lo oyeron pronunciar extrañas palabras.
Como un sonámbulo desapareció en medio del remolino. De esta forma, Juan
Vicente Vasco se convertía a los ojos de un grupo de nativos, en otra víctima
de la princesa India: sibila y guardián de las aguas del pozo encantado.
Fue mucho el tiempo
que pasó. De súbito, el joven desaparecido regresó de la misma forma como se
había ido. Desequilibrado y silencioso quedó. No hacía más que mirar las aguas del río. Absorto no se sabe en qué
pensamientos ni siquiera probaba bocado. Poco a poco con el cariño de su
solícita madre, fue volviendo a la realidad
y cordura.
Días después, Juan
Vicente Vasco contó lo sucedido: un día que ahora no recuerdo, a las doce del mediodía, estando yo cerca del río
oí una voz que me llamaba. Era una voz suave y enamoradora, caminé hacia el pozo donde está la gran piedra. Una mujer
apareció delante de mí, me invitó a penetrar en las aguas. Ahora recuerdo que me dijo: existe un mundo
diferente detrás del cerro, ese mundo lo tengo reservado para ti. Vuelve esta
noche, tu bebedor nocturno, ven no te hagas
de rogar, ponte tu ropaje de oro, límpiate de todo y ven, aquí te
espero.
Volví tal como me
había indicado: Parecía una diosa. La luz de las estrellas se relejaba en el
agua soltando chispas. Me tomó de la mano y nos introdujimos en el pozo. Yo
solo veía colores y una música agradable, que endulzaba mis sentidos. Se abrió
una puerta y ante mi apareció un gruta réplica del cerro que ahorra miramos,
lleno de árboles frutales y flores nunca vistas por mí.
Todas las personas que habían desaparecido
antes que yo me recibieron con
vivas y con mucho afecto. Se veían
felices, ninguno quería regresar. Esto me lo manifestaron los conocidos míos,
yo también estaba feliz y emocionado por las muestras de afecto y amistad que me prodigaban.
Después de convivir en aquel reino, donde la tierra
es azul cielo y el firmamento amarillo,
donde no faltaba nada a nadie, donde todo es música y armonía, decidí
hablar con la diosa.
Ella me miró con sus
grandes ojos negros y me dijo sin dejarme hablar, que yo estaba triste, que yo
ansiaba el otro mundo, que si quería irme, ella no podía retenerme, que yo era
libre de elegir. Asentí con la cabeza y todo se puso negro. De pronto aparecí
en la orilla del pozo encantado. Arriba, la piedra se levantaba imponente.
15/ 08/1986