Amor... palabra sublime, conjugarlo en presente, pasado y futuro, es el trabajo del hombre. Siempre me pregunto, ¿A quien amo?. ¿A quien amé?, ¿A cuantas personas he amado? Y... ¿a quién amaré? a mi padre, a mi madre muerta, a mis tres hijos, a mis nietos, a mis hermanos, a mis dos esposos, a mis amantes.
Estas preguntas quizás tuvieron o han tenido sus respuestas. Actualmente, ni me las hago, ni me las respondo. ¿Qué si tuve experiencias sobre el amor sexual? Si, algunas dejaron huellas profundas e intensas, todas fueron vividas con absoluta pasión y ardor.
Pero ahora, en esta etapa de mi vida, en mi madurez, busco otro tipo de amor, amor sublime, espiritual. Quiero realmente tener un encuentro amoroso conmigo misma, descubrir, observar, e indagar dentro de mi. Me escudriño y descubro que mi vida ha estado llena de errores, pero también de muchos aciertos, y esta observación me lleva al encuentro con Dios y ese hallazgo me conduce a la búsqueda de la verdad de Dios dentro de mi corazón.
Trato de sentir, quiero aprender a sensibilizarme y que las cosas que ocurran a mi alrededor malas o buenas no enturbien mi trabajo, trato en la medida de mis posibilidades de ir limpiando todas las virutas que no dejan que mi corazón sea limpio y me pregunto ¿hasta donde puedo amar?.
Esta reflexión la hago cuando la tarde y la noche llegan con toda su carga. Me quedo en silencio y en ese ausencia algunas veces me digo.
Los recuerdos me atrapan
se arquean, se traban
y no veo ni gestos, ni caras
no siento, no miro, no oigo
solo veo gente que va y viene,
gente que ríe, que juega, que hace el amor
mientras yo de lejos los contemplo
sin poder hacer nada.
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